Lo flamenco ha sido un elemento crucial de la cultura española desde hace muchas décadas, con los famosos trajes en la Feria de Abril de Sevilla reinando por las calles y logrando paralizar a una ciudad, e incluso un país, durante días enteros; o con las mantillas y los bordados, que protagonizan año tras año los pasos de las procesiones en Semana Santa, especialmente en el Jueves Santo. De esta forma, la presencia de lo flamenco ha sido esencialmente tradicional, pero hoy en día, podemos observar muchos intentos para introducir la moda flamenca en el mundo moderno, llegando a fusionarlo con otros estilos y que han resultado ser todo un éxito. Sin embargo, ya sea desde la visión tradicional o desde una postura más moderna, la principal protagonista de la costumbre y los trajes flamencos ha sido siempre la misma: la mujer.
Sin duda alguna, vemos como sin la presencia de la mujer flamenca, fuerte e intensa y que evoca a la sensualidad, este folklore no gozaría de la riqueza cultural y artística de la que disfruta hoy en día, marcado por una renovación casi continua. Pero si hay algo que no cambia es esa misma figura de la mujer: desde la antiquísima Niña de los Peines, considerada como la mejor cantaora de flamenco de la historia, hasta Estrella Morente, una estrella del cante más contemporánea; y pasando por “La Faraona” Lola Flores, la relevancia de la estampa femenina en el cante flamenco es indiscutible. Y ya por no nombrar a la mundialmente reconocida Rosalía, cuyo estilo ha atrapado a millones de personas por todo el mundo en su fusión del flamenco con el género urbano, que le han llevado a recibir algunos de los premios más prestigiosos en el panorama musical mundial (a destacar principalmente sus doce grammys latinos) y a convertirla en la artista de mayor importancia en nuestro país de cara al exterior. Y todo esto no queda en el cante: bailaoras como Juana La Macarrona o La Tomata han contribuido a la expansión y éxito del arte flamenco con su arte y su duende sobre el escenario, todo ello haciendo uso de su condición de hembra en una época donde esto no resultaba nada fácil.
Finalmente, podemos ver como el flamenco y la mujer son dos elementos que se retroalimentan entre sí y que ninguno podría vivir de la misma forma que lo hace sin el otro. El flamenco es todo un refugio para la mujer: es un espectáculo donde demuestra su vigor, su fortaleza y su valentía; es un espacio necesario para lograr la tan ansiada igualdad y libertad que pretende alcanzar la mujer, porque mientras siga habiendo un tablao y un traje de flamenca, seguirá habiendo lugar para la esperanza.